lunes, 7 de octubre de 2013

El derecho al trabajo.

Cada día nos encontramos con gente que ha perdido su trabajo, que hace mucho tiempo que está en paro o que está temiendo por su puesto.

Dios creó el trabajo como un medio para el desarrollo del hombre, para su sostenimiento, para suplir lo que falta a los que están en necesidad, para manifestar una parte del carácter de Dios (Él se nos presenta trabajando, al principio de la creación). Esta actividad no debe entenderse nunca como algo que aliena a la persona, sino que la enriquece, tal y como era el plan de Dios cuando creó a la humanidad; aunque demasiadas veces se transforma en una esclavitud penosa que va corrompiendo la personalidad.
Pero estamos en una sociedad que niega ese derecho divino del trabajo a muchas personas:
  • La avaricia y el egoísmo de los propios trabajadores que ansían ganar más dinero. De esta forma se cortan las vías para que otras personas puedan acceder a un puesto.
  • La avaricia y el egoísmo de los empresarios que agotan a sus empleados en lugar de contratar a otros.
  • La pereza de los que se acogen a ayudas sociales en lugar de ganarse el sustento por ellos mismos. Así gravan a los que si están empleados en la solidaria tarea del trabajo.
  • Unas leyes que posibilitan la picaresca de unos y de otros para premiar al perezoso, al charlatán y al mentiroso.
  • Todos conocemos a algún trepa.
  • Una sociedad planteada como una negación para el ejercicio de ese derecho del hombre a emplear sus cualidades y tiempo en el desarrollo de la propia persona y de la sociedad. Un desequilibrio desmesurado entre la esfera laboral y la esfera de ocio.

El plan original y que durante tantos siglos hemos desvirtuado era el de que cada persona contribuyese con su actividad, bien sea remunerada o no, al sostenimiento personal y de su familia y al cuidado y administración de un mundo que nos ha sido encomendado. La injusticia es patente cuando vemos a muchos que desean un trabajo honrado y se ven privados de él o que están siendo explotados, y otros que ven como sus familias pasan hambre. Esto es algo contra lo que Dios se rebela y da su más absoluta desaprobación.
Lo único que cabe entender es que el modo de entender la economía y el planteamiento de la sociedad están en franca oposición al propósito que el Creador tiene en cuanto a lo que es el trabajo y los beneficios que éste debería reportar.

No quiero dejar esta entrada en una acusación genérica. Aunque el panorama es sombrío y personalmente cada uno tiene un campo de acción limitado, tenemos una esperanza en Jesucristo que capacita a sus seguidores para hacer del trabajo algo mucho más cercano a lo que Dios tiene en mente. Cada uno debe buscar en sus tareas esa perfección personal del que trabaja como para Dios, y no como para ser considerado por los demás; de esta forma contribuimos no solamente a nuestro desarrollo personal y al sostenimiento de nuestras familias, sino que construimos un mundo mejor en nuestra pequeña parcela de influencia y hacemos mayor la fama de Dios, del cual yo soy un servidor.

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