sábado, 7 de diciembre de 2013

Tiempos de escasez.


Hay épocas de la vida en las que nos enfrentamos a un descenso de los ingresos por el trabajo, o por falta de empleo, o gastos adicionales debidos a una enfermedad u otras circunstancias. Es difícil adaptarse a esa nueva situación.

Y genera muchos problemas y tensiones en la familia.


Necesitamos esperanza.


Más frustrante es cuando esa escasez tiene su origen en la corrupción de otros. Nuestro espíritu se rebela contra esos actos que parecen quedar impunes y que han conducido a que estemos sufriendo. Y este sufrimiento alcanza a más personas y familias, incluso con más limitaciones que las nuestras. Clamamos por justicia, se convocan concentraciones, los ánimos están exaltados y la mente deja de funcionar correctamente para tomar decisiones sabias que acerquen una solución. Si hay solución. El mayor deseo es que esos corruptos paguen.



Primeramente habría que buscar una solución por los cauces adecuados. Decimos peticiones a órganos administrativos, acuerdos con la otra parte, juzgados, plataformas de afectados o manifestaciones. 
Próximas entradas en este blog relacionadas con este tema:
         Injusticia: los políticos.
         Injusticia: los jueces.
         Injusticia: los sacerdotes.
         Injusticia: los ricos.
         Injusticia: los desfavorecidos.



Cuando esas acciones no resultan la impotencia se adueña de nuestros sentimientos y conduce a la desesperación. Empujones, amenazas, insultos, difamación por todos los medios posibles. Parece que esto fuera lo único posible para la persona de a pie.


¿Qué dice Habacuc?.

Habacuc, uno de los profetas de la Biblia, en el Antiguo Testamento, se pregunta si Dios no ve a esos avariciosos que destrozan la vida de los demás. Y Dios le da una respuesta.
La primera queja de Habacuc.
Habacuc 1: 2-4.
Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás? Por qué me haces ver iniquidad, y haces que vea molestia? Destrucción y violencia están delante de mí, y pleito y contienda se levantan. Por lo cual la ley es debilitada, y el juicio no sale según la verdad; por cuanto el impío asedia al justo, por eso sale torcida la justicia.

Dios promete que va a hacer justicia, y de un modo que nadie en el momento de la queja pudiera llegar a creer. Hay que esperar un poco, y nos anima a ello.
La primera respuesta de Dios.
Habacuc 2: 3, 4.
Aunque la visión tardará aún por un tiempo, mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará.
He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá.

Y ¿cual es la imagen que tiene el Justo de todos esos codiciosos?.
Lamentación sobre el injusto.
Habacuc 2: 5-12.
Y también, el que es dado al vino es traicionero, hombre soberbio, que no permanecerá; ensanchó como el Seol su alma, y es como la muerte, que no se saciará; antes reunió para sí todas las gentes, y juntó para sí todos los pueblos.
¿No han de levantar todos éstos refrán sobre él, y sarcasmos contra él? Dirán: ¡Ay del que multiplicó lo que no era suyo! ¿Hasta cuándo había de acumular sobre sí prenda tras prenda? No se levantarán de repente tus deudores, y se despertarán los que te harán temblar, y serás despojo para ellos? Por cuanto tú has despojado a muchas naciones, todos los otros pueblos te despojarán, a causa de la sangre de los hombres, y de los robos de la tierra, de las ciudades y de todos los que habitan en ellas.
Ay del que codicia injusta ganancia para su casa, para poner en alto su nido, para escaparse del poder del mal! Tomaste consejo vergonzoso para tu casa, asolaste muchos pueblos, y has pecado contra tu vida. Porque la piedra clamará desde el muro, y la tabla del enmaderado le responderá. ¡Ay del que edifica la ciudad con sangre, y del que funda una ciudad con iniquidad!

Es muy notable que la Biblia registra muchas ocasiones la queja de Dios hacia la injusticia social. Corrupción de los gobernantes, opresión de los ricos, inmoralidad de los sacerdotes, abandono de los huérfanos y viudas, acumulación de bienes innecesarios, desenfreno de la gente, ... Esta actitud es totalmente antagónica con el diseño que Dios hizo del ser humano. Y Dios anuncia que no va a quedar impasible.

Durante ese tiempo en que estas personas cosechan lo que han sembrado. Pero además, es que los inocentes van a sufrir también. Las acciones injustas de unos salpican a otros y los hacen desgraciados.

Pero hay una diferencia muy grande entre estos inocentes: la esperanza. Muchos que han sufrido la rapiña de sus casas, el pago retardado de su sueldo y la desprotección de los gobernantes se verán sin esperanza en el futuro. No quieren esperar ni tampoco creen la promesa de Dios, que no miente.

Otros, en cambio, fundamentan su futuro en que Dios es veraz. Pueden afirmar lo que Habacuc declaró, en una imagen agrícola hebrea:
La confianza de Habacuc.
Habacuc 3: 17-19.
Aunque la higuera no florezca, Ni en las vides haya frutos, Aunque falte el producto del olivo, Y los labrados no den mantenimiento, Y las ovejas sean quitadas de la majada, Y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, Y me gozaré en el Dios de mi salvación.
Jehová el Señor es mi fortaleza, El cual hace mis pies como de ciervas, Y en mis alturas me hace andar.


Conclusión.
Estamos viviendo momentos muy difíciles. No solamente la crisis económica azota a España y a muchísimas familias, sino que a ello se han unido la falta prudencia en la adquisición de objetos o un estatus social que no nos pertenece, y también el desfalco y desvalijamiento del tesoro público español. Necesitamos esperanza. Las circunstancias que rodearon a Habacuc eran muy parecidas a las nuestras. Habacuc y otros creyentes confiaron en Dios, y vieron su deseo cumplido, como atestigua luego la historia posterior del pueblo hebreo.

Necesitamos esperanza.

En medio de toda esta desolación, necesitamos unirnos con esperanza a su proclama: me alegraré en Dios que me salva y me protege, Él es mi fortaleza; andaré con paso seguro.

Habacuc, capítulo 1.
Habacuc, capítulo 2.
Habacuc, capítulo 3.



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